Todos los seres vivos, incluidos los humanos, somos configuraciones energéticas dentro de un campo energético interconectado. Este campo, originario de una misma fuente, es el motor central de nuestro ser y nuestra conciencia.
Este campo energético es responsable de las funciones mentales superiores y actúa como la fuente de información que guía el desarrollo de nuestros cuerpos.
Más allá de gérmenes o genes, el campo energético es la fuerza determinante en nuestra salud. Para sanar, debemos conectar con él. Estamos intrínsecamente vinculados a nuestro mundo, y nuestra relación con el campo energético constituye nuestra verdad fundamental. Como dijo Einstein, “es la única realidad”.
El universo se comprende mejor como una red de interconexiones. Todo lo que ha estado en contacto permanece conectado a través del espacio y el tiempo.
Los pioneros de la física cuántica, Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg, Niels Bohr y Wolfgang Pauli, descubrieron que compartimos el mismo material básico. A nivel fundamental, los seres vivos, humanos, animales y plantas, somos paquetes de energía cuántica que intercambian información. Emitimos una radiación sutil, un aspecto crucial de los procesos biológicos. Resonamos literalmente con nuestro entorno.

En esencia, no hay diferencia entre los habitantes del universo, ya sea una mosca, un elefante, un perro, un árbol o un pez. La variación radica en la forma en que se consolida ese paquete de energía cuántica. Nuestro planeta, junto con todos los demás cuerpos celestes del universo, como galaxias, estrellas y cometas, se originaron a partir de nebulosas y gases cósmicos. A través del tiempo y bajo diversas presiones, se consolidaron, un proceso que, por supuesto, también podemos atribuir a la creación divina.



